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La plaza que viene

La imagen y el concepto que hay detrás del Parque Quilapilún, en Colina, es la que se podría y debería replicar en jardines y plazas de Santiago. Una completa diversidad de especies nativas de la zona central, que se aviene con las exigencias del cambio climático.

Texto, Paula Donoso Barros. Fotografías, José Luis Rissetti.

En ninguna parte de Chile existe una mayor concentración de flora nativa mediterránea. En 4,5 hectáreas, el parque botánico Quilapilún de Anglo American replica los paisajes que dominan la zona central en un jardín botánico de clima mediterráneo.

El anfiteatro al aire libre tiene capacidad para 200 personas.

Consuelo Bravo, magíster de Arquitectura en Diseño Urbano y magíster en Arquitectura del Paisaje de la Harvard Graduate School of Design, lideró el proyecto creado en 2012, y hoy celebra que este plan de compensación de las faenas mineras efectivamente ha sido un aporte para la comunidad.

También se diseñaron zonas de juego para los niños.

A cuarenta minutos de Santiago, en Colina, el parque se divide en cuatro zonas: matorral espinoso, bosque espinoso, matorral esclerófilo y bosque esclerófilo, además de diversos jardines que dan un sentido más doméstico a especies que se aprecian en un desierto florido o un trekking precordillerano, muchas de ellas amenazadas. Todo en un jardín inclusivo universal, con zona de pícnic, juegos infantiles y senderos pavimentados para recorrer el 98% de la superficie.

El parque está en el km 34 de la Autopista Los Libertadores, abre todo el año y es gratuito.

–El parque reúne la vegetación de la zona y la hace evidente para gente que antes miraba por la ventana del auto y decía: “Aquí no hay nada”. Quilapilún concentra lo existente y lo hace visible –dice Francisco Ceballos, ingeniero forestal y guía del parque.

Las zonas de estar permiten tomarse el tiempo para contemplar las especies.

Es un modelo que pretende incentivar y atraer a la población a hacer cambios sustantivos cuando la evidencia del impacto del calentamiento global llama a tomar acciones concretas.

Una fórmula que pareciera necesario llevar a espacios públicos y jardines particulares, pero que a juicio de la arquitecta aún presenta ciertas dificultades de implementación.

El cactario, espacio escultórico que florece en primavera.

–Se ha replicado poco porque requiere más trabajo e inversión en la búsqueda de plantas. Los viveros nativos son pocos –porque el mercado es chico– y en cualquier proyecto resulta más barato poner 5 mil lavandas que 5 mil bácaris. Tampoco tienen plantas grandes: cuesta poner un algarrobo en una plaza porque solo se encuentran plantas muy chicas, y en un proyecto competirá con un tulipero de tres metros, que además vale tres veces menos.

Algarrobos, huinganes, maitenes, naranjillos y molles.

Quilapilún es la demostración de que con especies nativas es posible crear una plaza emboscada y generar ambientes floridos y aromáticos. “Mucha gente valora lo nativo desde la perspectiva de lo narrativo y teórico, sin saber el look que tendrán”.

–Aquí, especies como el chañar a los tres o cuatro años ya tienen troncos gruesos. La excusa que la gente usa habitualmente para no plantar nativo es que tiene crecimiento muy lento, y eso no es cierto. En general, si crece lento es porque está mal tratado y le falta agua –asegura Consuelo.

El chañar además tiene un fruto comestible con el que se fabrican dulces y miel.

Ceballos plantea que las especies nativas en el parque logran incluso mejor desarrollo que en su ambiente natural, donde cada vez llueve menos. “Toda la flora se potencia mejor con riego; y con riego por goteo –que se focaliza solo en las necesidades de la planta– se optimiza el agua”. Para Consuelo Bravo, el ahorro de agua con el uso de especies nativas es innegable. “Aunque su gasto no solo tiene que ver con las especies; uno ve cómo el agua corre en las plazas, está muy mal manejada”. Y agrega: “Necesitan 50% menos de riego que una planta tradicional. Frente a una gran sequía y a una ola de calor intenso, estos árboles podrían resistir; esa es su gran ventaja”.

Las especies tienen ficha que incluye características y estado de conservación.

Su apuesta es que los espacios con flora nativa serían una invitación a que volvieran la avifauna y los insectos que mejoran la polinización de las especies. “Aunque vengan las caturras argentinas, un ave local se sentirá más acogida en un espino que en un jacarandá”, dice. Pero asume que el tema es más complejo y pasa porque la gente se enamore de estas plantas y las exija en sus plazas y parques. “Es un tema de deseo; el prototipo de belleza es europeo y hay que educar en las bellezas del otro”.

Los senderos permiten recorrer el 98% del parque.

Su estrategia sería ir haciendo rincones dentro de los parques. “Insertar la flora nativa tal como se ha hecho con los caniles, con los sectores de gimnasia. Se darían a conocer y la gente la querría también para sus casas”.

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