Parques
Micromundo natural
En las cercanías de Quillota, el Jardín Botánico El Escalante resulta un buen paseo para respirar y aprender. Creado con espíritu familiar, sus dueños quieren transmitir con sus recorridos una forma de ver la vida en total conexión con la naturaleza. De sus diversos sectores, destaca el cactario con especies de gran tamaño.
Texto, Paula Donoso Barros. Fotografías, José Luis Rissetti.
Toda un área de árboles nativos, con quillayes, peumos y maitenes repartidos de forma natural, incluso desordenados con la intención de que el visitante viva la sensación de caminar bajo un bosque, crean el sector correspondiente a especies autóctonas del Jardín Botánico El Escalante. También hay foráneas: distintas variedades de pinos, como cipreses, casuarinas e insignes; y de palmas, chilenas y extranjeras. Y un huerto que permite reconocer damascos, ciruelos, limones, nísperos, feijoa, mandarinos… Todo es suelto, muy natural en el diseño, reflejo de la forma en que sus dueños, Sergio de la Cuadra y la ceramista Catalina Figueroa Mesías, eligieron para vivir. Y que desde que llegaron el año 2000 a este terreno de 10 hectáreas, en el sector de Boco, a las afueras de Quillota, han ido implementando sin un programa determinado, llevados por su intuición y una energía desbordante para imaginar proyectos.
–Nos vinimos llenos de plantas y semillas que acarreamos desde casas anteriores. La relación con el mundo natural es algo innato para nosotros –dice Catalina.
Desde entonces, salvo los árboles nativos que estaban en el lugar, todo lo introdujeron. Y lo convirtieron en un catálogo de especies que se puede recorrer, ya que hace algunos años abrieron el lugar al público.
Lo que más atrae la curiosidad de los visitantes es el cactario. Calculan tener unas mil especies entre cactus y suculentas que se pueden observar muy de cerca, y en tamaños no habituales.
Catalina o su asistente Osiris Lucero guían el recorrido y explican características y curiosidades de cada variedad. Él llegó de México, desde el desierto de Sonora. “Me trajo el destino; pienso que los cactus me llamaron para que los cuide”. De las 400 especies de ágaves, dice que hay unas 70 aquí. De todos tamaños y formas.
–Creo que es la más fuerte de las plantas: se da en cualquier clima y siempre resiste. En México se considera una diosa que permite hacer de todo: agujas, hilo, bebidas, miel, instrumentos musicales, comidas.
Los separa en tres familias: textileros, tequileros y pulqueros, estos últimos porque con ellos se ha hecho ancestralmente el pulque, “una bebida fermentada mucho más antigua que el tequila”, según cuenta.
Acá aprendió sobre variedades que desconocía. Las trata con naturalidad, sin usar nombres técnicos, llamándolas por sus apodos comunes. Y aporta datos mientras camina entre ellas: dice que los cactus de espina corta enraízan muy rápido cuando caen a la tierra porque nada les impide el contacto; que algunos mueren antes de dos años después de florecer; sabe las variedades que requieren más y menos agua; los que son de pleno sol o semisombra.
Advierte que no todos los aloes son vera, que el que concentra más propiedades es de flor amarilla, y no roja como tiene el más común. Que no todas las tunas son comestibles. Que los San Pedro –que se llenan de flores aromáticas y blancas como un pañuelo– sirven para hacer cercos si se troza uno de sus ganchos y se ponen los pedazos sobre el suelo. “Eso sí –dice Lucero– es bueno dejarlos secar una semana antes de plantar para que no se pudran”.
Junto al cactario están las colmenas. “Polinizan los cactus y la miel que se saca es en buena parte de sus flores que se mixturan con las de los árboles nativos y frutales”. Es uno de los productos de El Escalante, tal como la posibilidad de hacer pícnic, acampar en el lugar o contratar un recorrido que Catalina define como “ecológico espiritual”. O tomar talleres de bioconstrucción, cerámica, sonoterapia… El espacio lo permite todo, usando una infraestructura sin pretensiones hoteleras, casi familiar.